Las “singulares” ecuaciones de los fluidos

Recientemente ha salido en Arxiv un artículo, de Thomas Hou y Zhen Lei, donde prueban singularidades para un modelo de las ecuaciones de Euler incompresibles tridimensionales. Este no es uno de los problemas del milenio, pero está íntimamente relacionado con uno de ellos. Me refiero al problema de la existencia de singularidades en las ecuaciones de Navier-Stokes incompresibles.

Las ecuaciones de Euler incompresibles representan las velocidades de un fluido incompresible y no viscoso. Podemos pensar en agua. Las ecuaciones de Navier-Stokes incompresibles representan las velocidades de un fluido incompresible y viscoso. Por lo tanto están más cerca de captar la realidad.

Veamos este video:

Durante los primeros segundos salen en pantalla un par de recipientes con dos fluidos distintos. Pues bien, las ecuaciones de Euler son una aproximación correcta al fluido de la izquierda, mientras que no lo son para el de la derecha debido a la enorme viscosidad que tiene. En este otro vídeo vemos otro efecto de la viscosidad: el fluido verde se “pega” al fondo del vaso.

Ahora bien, ¿qué significa que haya una singularidad en las ecuaciones de Euler? Bueno, estas ecuaciones (en el caso de un fluido homogéneo) son:

a) la conservación de momento: (3 ecuaciones)

b) la condición de incompresibilidad: (1 ecuación)

donde \nabla=(\partial_{x},\partial_y,\partial_z) y \vec{u}=(u_1,u_2,u_3).

Viendo que el operador \nabla y \partial_t son derivadas un primer significado de la ecuación está claro: un campo de vectores \vec{u} es solución de las ecuaciones de Euler incompresibles cuando sus derivadas satisfacen las ecuaciones anteriores en cada punto (x,y,z) del espacio para todo tiempo t.

Así, diremos que hay una singularidad cuando alguna o varias de estas derivadas no exista para algún punto del espacio (x,y,z) en algún tiempo tPor ejemplo, podemos pensar en la función |x| que no tiene derivada en el punto x=0.

Pues bien, la existencia de singularidades (o su inexistencia) es un tema central desde el punto de vista matemático y físico porque es crucial a la hora de derivar el modelo. Es decir, si no hubiese una solución para todo tiempo entonces es que las hipótesis de las que se derivan las ecuaciones NO se satisfacen y, por lo tanto, las ecuaciones no tienen sentido físico. Visto así, casi es un alivio, porque, o sabemos resolver las ecuaciones para todo tiempo o no tenemos que hacerlo.

Para acabar con esta entrada voy a dejar un enlace a una entrada previa sobre el resultado de Ángel Castro, Diego Córdoba, Charles Fefferman, Francisco Gancedo y Javier Gómez sobre las singularidades en las olas (observad que el agua en una ola sigue las ecuaciones de Euler). Estas singularidades en la superficie no son del mismo tipo de las comentadas en la entrada y por eso no las mencionamos más.

Probablemente, si saco algo de tiempo, escribiré alguna entrada sobre el modelo de Euler más sencillo que conozco, la ecuación de Burgers.

Nota: Esta entrada participa en el Carnaval de Matemáticas en su edición 3.141, que organiza el blog Desequilibrios.

¿Goles? No, ecuaciones

Para los que sigan la liga los goles de Cristiano Ronaldo serán geniales, pero para los que sigan la liga y además sepan de física sus goles, además de extraordinarios, parecen ser una consecuencia más del “efecto Magnus“. Yo, que ni sigo los goles ni sé de física, no tenía ni idea de lo que era el “efecto Magnus” has que hace unos días aparecieron dos periodistas de la agencia EFE en el CSIC para preguntar a qué era debido que CR7 marque esos golazos.

He dicho que los goles “parecen ser” consecuencia del efecto Magnus porque hay división de opiniones (pero la parte final del debate me la he perdido al subirme a mi despacho).

El susodicho efecto Magnus lo que viene a ser es una diferencia de presiones inducida por el giro de la pelota en el fluido. Veamos ésto un poco más despacio. Primero tenemos que la pelota gira en el fluido, por lo tanto, la velocidad “aparente” para la pelota (es decir, en el sistema de referencia de la pelota) la velocidad del viento es mayor por un lado que por otro. Esto es así porque la pelota al girar “empuja” el aire colindante, y la mitad de la bola va a favor del viento y la otra mitad en contra.

Una vez que tenemos la diferencia de velocidades, vamos a usar la Ley de Bernoulli. Si asumimos válida esta ley entonces una diferencia de velocidades se traduce en una diferencia de presiones. Y esta diferencia de presiones redunda en una diferencia neta de fuerzas que hace que la pelota trace una curva y, con un poco de suerte, sorprenda al portero.

–Nota: ¿Creéis que si en el CSIC nos dedicamos a estudiar cómo golpean el balón los diferentes futbolistas dejarán de recortar en ciencia?

–Nota 2: Ésta explicación que he dado yo es mala y torpe en comparación con la que nos ha dado Daniel Peralta en el CSIC.

Cuernos, mentiras y matemáticas por Fernando Jiménez

En la tragedia de Shakespeare Otelo, el homónimo protagonista, general de la república de Venecia, se enamora de Desdémona, hija de un senador. Después de casarse en secreto, uno de sus alféreces, Yago, movido por el odio que siente hacia él le hace creer que su esposa es infiel con Casio, su más leal teniente. Podrido de celos, Otelo mata a Desdémona y, después de saber que todo ha sido un engaño, se suicida.

Alexander Pushkin, considerado unánimemente padre de la literatura rusa moderna, poeta consagrado, mujeriego desenfrenado, endeudado crónico, adicto al juego, odiado por la aristocracia a la que pertenecía por nacimiento pero no por ideología, contrajo matrimonio en 1831 con la bella Natalia Goncharova. Georges d’Antès, un militar francés emigrado a Rusia y casado con una cuñada de Pushkin, comenzó a asediar a Natalia, encendiendo unos irrefrenables y paradójicos celos en su libertino marido. El escritor ruso retó al oficial francés a duelo, siendo herido de muerte a las afueras de San Petesburgo la madrugada del 29 de enero de 1837.

Estos son dos célebres ejemplos de lo que un hombre despechado, tanto en el mundo real como en el de la ficción, puede llegar a hacer presa de un galopante ataque de cuernos. Los hombres de ciencia tampoco son inmunes a los celos. Ni siquiera a los celos ficticios, lo que ha dado lugar a una de las leyendas urbanas más extrañas de la historia de la ciencia y de sus más famosos premios.

Alfred Nobel fue un ingeniero e inventor sueco, nacido en una familia de profesionales del gremio. Emigrados a Rusia, Alfred, junto a sus hermanos, recibió una cuidadosa educación tanto en ciencias naturales como en humanidades. De regreso a Suecia tras la quiebra de la fábrica de explosivos que su padre había instalado en San Petesburgo, completó sus investigaciones en el campo de los explosivos, lo que dio lugar al descubrimiento de la dinamita. El hallazgo le reportó una gran fortuna y, a la vez, un gigantesco dolor moral: si bien la dinamita facilitaba la vida en algunos aspectos, también acababa con ella en los campos de batalla. Cerca de su muerte fundó la sociedad filantrópica Nobel, a la que legó la mayor parte de su fortuna y que quedó encargada de, cada año, premiar a quienes más notoriamente hubieran aportado a la humanidad en las áreas de Física, Química, Medicina, Literatura y paz mundial: habían nacido los prestigiosos premios Nobel. ¿Quedó algo de herencia para su esposa? Debemos decir que no puesto que, a pesar de que Alfred Nobel tuvo varias amantes y amores a lo largo de su vida (la condesa austro-bohemia Bertha Kinsky, la austriaca Sofie Hess…), jamás se casó. Aquí tenemos uno de los ingredientes de la posterior maledicencia.

Si nos fijamos en la lista de las disciplinas que Alfred Nobel consideró dignas de ser premiadas vemos que las Matemáticas están ausentes. ¿Por qué no existe el premio Nobel de Matemáticas? La leyenda dice que cuando Alfred Nobel pidió consejo a especialistas para saber quién merecería cada uno de los galardones, éstos le dijeron que el candidato ideal en la categoría sería el matemático sueco Gösta Mittag-Leffer, quien, según las malas lenguas mantenía un romance secreto con su esposa. ¡¡Imposible!! La rivalidad entre Nobel y Mittag-Leffer, tanto en la vida civil como en la amorosa, es un extraño producto de los agujeros en los conductos de la información: al parecer apenas se conocían el uno al otro.

El verdadero motivo por el no existe el premio Nobel de Matemáticas es que su fundador, a la hora de idearlos, no consideró esta disciplina relevante para la sociedad en un sentido práctico (lo que, ha quedado bastante patente a lo largo de la historia, es completamente falso), esa sociedad a la que, según su conciencia, tanto daño había hecho con su explosivo invento.

A pesar de la notoria ausencia, los premios Nobel no están vetados para los matemáticos. Ejemplos son el norteamericano John Nash, que recibió el de Economía en 1994 por sus trabajos en el estudio del equilibrio en la teoría de juegos no cooperativos, y el español José Echegaray, que recibió en 1904 el de Literatura por su obra dramática.

Pero si de galardonar se trata, las ciencias matemáticas no se quedan atrás. El vacío dejado por el inventor sueco rápidamente fue llenado por la Unión Matemática Internacional, que cada cuatro años otorga la prestigiosísima medalla Fields a matemáticos que hayan logrado su descubrimiento cumbre por debajo de los cuarenta años. En la lista de galardonados está la mayoría las más grandes luminarias en Matemáticas del siglo XX (y ya parte del XXI). Por otro lado nos encontramos con el premio Wolf, que se concede anualmente desde 1978 en Israel a científicos y artistas por sus logros en interés de la humanidad y de las relaciones fraternas entre los pueblos, sin distinción de raza, color, religión, sexo o tendencias políticas. El grado de brillantez de los premiados en la categoría de Matemáticas no es menor que en la Fields, apareciendo, además, aquellos que no fueron tan precoces o que lograron su descubrimiento en el umbral de los cuarenta años, como ocurrió con Andrew Wiles y su prueba del último teorema de Fermat. Finalmente, los matemáticos también optan al premio Abel, otorgado anualmente por el rey de Noruega desde 2002 en claro paralelismo con el premio Nobel.

–Nota: Esta entrada la ha escrito Fernando Jiménez. Y es que si tenemos buenos compañeros de trabajo, habrá que aprovecharlos ¿no?

Integradores variacionales (Marca ACME) por Fernando Jiménez

Una de las mayores desgracias que sufren los matemáticos, físicos, ingenieros y otros científicos que se ocupan de estudiar la naturaleza desde un punto de vista cuantitativo, es la de no saber resolver (en algunos casos) las ecuaciones diferenciales que esa misma naturaleza, con un poco de mala leche, les plantea. Probablemente esta afirmación no es la mejor publicidad para la ciencia y quienes la practican (… ¡que no saben resolver las ecuaciones!…, pensarán algunos imaginándose un avión en caída libre) aunque, quizá, la dificultad de encontrar dichas soluciones en términos de funciones elementales les proporcione cierto cuartelillo. De hecho, ese cuartelillo no tarda en llegar cuando se presentan ciertos antecedentes al gran público. La reacción de la hermana filóloga de un amigo que se dedica a la física de cuerdas viene bastante al caso: ¡pero cómo van a encontrar la solución!, ¿acaso has visto sus hojas? -le dijo a su madre, mientras discutíamos todos juntos el asunto, refiriéndose a las notas de su hermano. La solución analítica de las ecuaciones diferenciales es por tanto como un ciervo blanco. Pero, ¿quién la necesita cuando se puede encontrar una buena aproximación?

El Análisis es la rama de las matemáticas que se encarga, entre otras cosas, de demostrar que la solución de las ecuaciones diferenciales existe (lo que, aunque los científicos aplicados no lo crean, resulta un gran alivio), mientras que el Análisis Numérico, entre otras cosas, se ocupa de encontrar aproximaciones de esas esquivas soluciones, que llamaremos integradores, y de estudiar sus propiedades.  Las ecuaciones de la física clásica tienen carácter diferencial y se obtienen a partir de la acción de un sistema dado (integral de la función lagrangiana) a partir de principios variacionales (para entradas anteriores sobre este tema ver aquí, aquí o aquí). Se puede probar la existencia de las soluciones a dichas ecuaciones, aunque en muchos casos, sobre todo en los más complejos (que suelen coincidir con los de mayor interés práctico) no sabemos encontrarlas. ¿Debemos encogernos en un rincón y ponernos a llorar? ¡Ni mucho menos! Como se menciona antes, el Análisis Numérico nos echa una mano con sus integradores.

Por otro lado, desde la mitad del siglo pasado se han introducido métodos topológicos y geométricos en el estudio de las ecuaciones diferenciales, en especial de aquellas que provienen de la física y que están relacionadas con sistemas mecánicos (desde los más simples, como puede ser un péndulo o una bolita deslizándose plano abajo, hasta los más complejos, como puede ser el Sistema Solar). Este nuevo campo de investigación que reformula la Mecánica Clásica en lenguaje geométrico se llama actualmente Mecánica Geométrica, y nos enseña interesantes propiedades de las soluciones a las ecuaciones mecánicas. Habitualmente, estas propiedades están relacionadas con la preservación de alguna cantidad geométrica. Ejemplos son la forma simpléctica, cuyo nombre asusta pero que está conectada de una forma más pedestre con el volumen del sistema bajo estudio, o las aplicaciones momento, inquietantes objetos en íntima relación con la simetría de las funciones lagrangiana o hamiltoniana y que nos dan información sobre los invariantes del sistema y parte de su comportamiento (por ejemplo, el hecho de que las órbitas de los planetas estén contenidas en un plano puede explicarse de forma sencilla diciendo que el momento angular de dicho planeta se conserva). El concepto de simetría tiene gran importancia en las matemáticas y física modernas, sobre todo a nivel cuántico. Su vínculo con la preservación de cantidades geométricas, cantidades que en algunos casos tienen una interpretación física reconocible, se encapsula en uno de los hitos más importantes de las matemáticas del siglo XX: el teorema de Noether.

Todo lo anterior está perfectamente formalizado cuando pensamos en las soluciones exactas a las ecuaciones diferenciales (que sabemos que existen). A nivel práctico… ¿qué pasa cuando no sabemos encontrarlas? ¿Nos echamos a llorar de nuevo? ¿Tienen nuestros útiles integradores las mismas propiedades? ¿Preservan a nivel numérico las mismas cantidades que sus contrapartes exactas preservan a nivel continuo? El área de las matemáticas que se encarga de responder a estas preguntas a nivel geométrico es la Mecánica Discreta, área relativamente moderna y en plena ebullición. La respuesta suele ser positiva, bajo ciertas condiciones, lo que nos ofrece una bonita simetría especular entre el mundo de las soluciones exactas y el mundo de los integradores. ¿Hay alguna forma variacional de obtener dichos integradores, tal y como ocurre con las ecuaciones continuas de la física? De nuevo la respuesta es sí, lo que da lugar a uno de los objetos más interesantes y más prácticos dentro de la Mecánica Discreta: los integradores variacionales. La última pregunta suele ser la más peliaguda: ¿son realmente mejores, en algún sentido, los integradores con propiedades geométricos que aquéllos que no las tienen? Pensándolo fríamente, a la hora de simular un sistema mediante un integrador, lo que uno pretende es que dicho integrador sea eficiente, robusto, preciso (es decir, que se aproxime a la solución exacta lo máximo posible) y que sea fácil de traducir en algoritmos comprensibles por un ordenador. Bajo estas consideraciones se puede decir que los integradores geométricos, en concreto los variacionales, no son mejores ni peores que los demás. Lo que sí se comprueba es que algunos de ellos, en concreto los que preservan la forma simpléctica, presentan gran robustez cuando se hacen simulaciones a tiempos largos (son simplécticos, por ejemplo, los integradores empleados en las simulaciones del Sistema Solar).

Lo que sí se puede concluir en cualquier caso, es que tanto el Análisis Numérico como cualquiera de sus estribaciones geométricas, ya sea en forma de Integración Geométrica o Mecánica Discreta, no son áreas menores de las matemáticas o una forma humilde de capitular ante la incapacidad de encontrar soluciones analíticas a ciertas ecuaciones. Todo lo contrario, son ramas poderosas, intrigantes y de gran utilidad práctica, que nos proporcionan lo que la mayoría de las veces resulta más inteligente: una forma de encontrar una solución alternativa y aproximada a un problema demasiado difícil. O en otras palabras: una forma de avanzar en lugar de quedarse paralizado.

–Nota: Esta entrada la ha escrito Fernando Jiménez.